El deporte, con los ojos de Cabezas
Un texto de hace 26 años sobre las fotos deportivas de José Luis Cabezas. Pueden haber envejecido ese texto, algunas palabras, muchas vidas. La memoria de Cabezas, en cambio, no envejece. No envejecerá jamás)
Como un emblema del otoño en despedida, ese lunes el frío era suave y el sol también. José Luis Cabezas gastaba los últimos centímetros de su sexto rollo, casi desentendido de que, enfrente, parte de la delegación que se preparaba para viajar a los Juegos Olímpicos de Atlanta consumía su quinta impaciencia. Iban casi tres horas de producción fotográfica en el gimnasio del CeNARD, durante las que cada deportista desfilaba delante de la lente del reportero gráfico una, dos, diez veces. “Tranquilos, muchachos, ya falta poco. Es para que salgan bien”, decía Cabezas, invariablemente sonriente, como si no fuera capaz de cansarse. En verdad, no faltaba poco. Pero el único que lo sabía era Cabezas. No está claro si los deportistas le creyeron. Sin embargo, no solo se expusieron indefinidamente ante la cámara, sino que terminaron convertidos en cómplices simpáticos de ese hombre que no se cansaba de retratarlos.
No hay lógica para explicar cómo hacía José Luis para conquistar a los otros. Acaso, como muchos profesionales buenos, tenía un secreto sencillo: era un poco fotógrafo y otro poco mago. Cabezas no fue un especialista en la fotografía deportiva, pero desarrolló trabajos excelentes en la materia. Aquel día en el CeNARD se apoderó de las expresiones más genuinas de la judoca Carolina Mariani, el jinete Justo Albarracín, la esgrimista Yanina Ianuzzi o la gimnasta Cecilia Schtutman. En esa nota se esforzó mucho más, pero sufrió mucho menos que en otra, un año y medio antes, cuando cubrió la final de la Supercopa entre Independiente y Boca en Avellaneda. José Luis era consecuente hincha rojo y se le mezclaba la responsabilidad de encontrar las mejores imágenes con la tentación de hacer fuerza para que su equipo hiciera un gol. Como Independiente fue campeón, al final del partido se paró delante de Islas, de Usuriaga y de la copa y sacó la foto que esperaba. Después volvió a la redacción de la revista Noticias y -mitad reportero, mitad hincha- no dejó lugar a discusiones. “Esta es la foto”, dijo. Esa semana, Islas, Usuriaga, la copa y la emoción de Cabezas entraron en un solo cuadrito.
Con el fisicoculturista ciego Luis Gigena realizó una nota que empezó con tensión y terminó entre abrazos. José Luis se distinguía por trabajar con soltura, sin imponerse límites por el nombre o la jerarquía de un entrevistado. Pero en esa ocasión se sentía atado, no quería molestar a Gigena. A pesar de los cuidados, dos o tres veces se le escapó el fatal “mirá para acá” que inevitablemente aparece en la tarea fotográfica. Perceptivo, el fisicoculturista se rió ante cada furcio y logró que a Cabezas se le fueran las preocupaciones. Salieron unas fotos hermosas. Desde entonces, Gigena mandó saludos para el fotógrafo cada vez que conversó con un conocido común. Y no le hizo falta ver a José Luis para darse cuenta de su calidad humana.
Cabezas era reconocido por sus compañeros tanto por su potencia laboral como por su creatividad. Vivió persiguiendo imágenes, con los ojos abiertos, que es un modo de ser libre. Lo asesinaron en Pinamar el 25 de enero, entre espantos e impunidades. El resto ya se sabe: la memoria de Cabezas exige justicia. Ahora mismo, cuando sus fotos del alma se vuelven flores, o goles, o poesía, o sueños, o simplemente vida, y nos saludan hasta el corazón siempre.