De Di Stéfano, Messi y Diego Milito a Lautaro Martínez y Julián Álvarez, entre tantos, el certamen edificó su prestigio con brillos albicelestes.

–¿Qué significa jugar una final de la Champions, Diego?
–Es coronar un sueño.
Diego Milito oye la pregunta y mira hacia su interior con una energía que es pariente de la que destinó a mirar los arcos rivales cuando jugó centenares de partidos y cuando jugó detrás de ese sueño. El 22 de mayo de 2010 su sueño fue más que un sueño e hizo dos goles en una final para que el Inter de José Mourinho venciera al Bayern Munich en el estadio Santiago Bernabéu por 2 a 0 y se consagrara campeón del más tentador de los torneos de clubes.
Hay una fundamentación clásica en Milito, consultado por Acción: «A nivel de clubes, la Champions es la mejor competición. Por lo que la rodea, por lo que significa, por los rivales con los que uno se enfrenta, porque la deseaba de chiquito, porque la miraba por televisión. En mi caso, se dio mucho mejor de lo que podía haberla imaginado». Y esos argumentos podrían ser validados, palabra tras palabra, por Lautaro Martínez, Joaquín Correa y el juvenil Valentín Carboni, que hoy representan al Inter, que regresa a una final de Champions después de aquella memoria de 2010, o por Julián Álvarez y Máximo Perrone, jugadores del Manchester City, contraparte de la cita decisiva que tendrá lugar en Estambul el 10 de junio. Extraordinario encadenamiento o quizás señal de la riqueza del fútbol argentino: Álvarez y Martínez, ahora enfrentados, fueron los centrodelanteros de la selección que festejó e hizo festejar en el Mundial de Qatar en diciembre de 2022.
Aquellos que triunfen en ese cruce accederán al umbral exclusivo que supone ser campeón del mundo y campeón de la Champions. Allí ya tocó la cúspide Lionel Messi, con cuatro títulos envuelto en las ropas del Barcelona (dos en sociedad con Javier Mascherano, al cabo un subcampeón mundial). A lo Messi. En 2006 desparramó su arte, pero una lesión lo marginó desde los octavos de final. En 2009 fue suyo uno de los dos goles de 2-0 de la final al Manchester United y resultó goleador de esa edición. Tipo empeñado en multiplicar sus registros de asombro, en 2011 también fue goleador y también fue certero en la final contra el Manchester United (esa vez, 3-1) y se dio el gusto de abrazarse con Gabriel Milito, el hermano de Diego, miembro de ese plantel. En 2015, se encaramó como uno de los goleadores del torneo aunque en el 3 a 1 de cierre frente a Juventus, privilegió el pase-gol por sobre el gol propio. Socio de enormes aventuras de Messi, Ángel Di María no compartió con él una Champions, pero sí tiene en común eso de calzarse las dos coronas porque, en 2014 y con el Real Madrid, disfrutó luego de sudar largo contra la resistencia del Atlético de Madrid de Diego Simeone. 

Pasado luminoso
No lo dice Milito pero, en alguna medida, en aquella final de 2010 se hizo cargo de un legado. La Liga de Campeones de Europa conforma una cita que fue cambiando de formato y hasta de denominación a través del tiempo, con un quiebre organizativo muy fuerte en 1992, pero que desde el comienzo portó un atractivo especial. Y ofrendó una final con goles argentinos ya en su primera versión. El 13 de junio de 1956, en el Parque de los Príncipes de París, el Real Madrid, que se llevaría las primeras cinco ediciones, remontó una jornada difícil y le ganó por 4 a 3 al Stade de Reims. Alfredo Di Stéfano, quien nació en Barracas casi 53 años antes de que Milito lo hiciera en Bernal, convirtió uno de los goles. Otros dos los metió Héctor Rial, oriundo de Pergamino.
Se ve que Di Stéfano y Rial se entusiasmaron. En 1957, Di Stéfano aportó un gol en el 2-0 con el que el Real Madrid acumuló su segundo festejo. En 1958, hubo un gol de Rial y otro de Di Stéfano –dirigidos por Luis Carniglia, otro argentino– para imponerse al Milan, al que no le alcanzó el tanto de Ernesto Grillo, estandarte de la argentinidad futbolera, que compartía el ataque con su connacional Ernesto Cucchiaroni. La novedad para 1959 no la trajo Di Stéfano, que enfatizó su hábito y le dio una de las conquistas al Real Madrid en la final con 2-0 sobre el Stade de Reims. Lo original residió en el arco campeón, donde daba garantías, bien argentino, Rogelio Domínguez. Tres goles más brotaron del genio de Di Stéfano en el quinto de los cinco júbilos al hilo, cuando el Real Madrid se impuso por 7-3 al Eintracht Frankfurt en el Hampden Park de Glasgow el 18 de octubre de 1960.
Cierto es que ni goles ni vuelta olímpico agregó Di Stéfano a sus archivos en su sexta final, la de 1962, con derrota ante el Benfica, donde relumbraba Eusebio. No obstante, hasta los tropezones posibilitaron verificar que hay personas y hay competiciones que parecen inventadas para respirar cerca. Tanta sociedad de aquel crack argentino con esa Copa se cristalizó en un dato de desenlace: la presentación que cerró su carrera en el Real Madrid aconteció en la final de la Champions en la que su equipo cayó por 3 a 1 frente al Inter en 1964. Nadie en el conjunto italiano pronunciaba por esa época el apellido Milito o los nombres de Javier Zanetti, Esteban Cambiasso y Walter Samuel, que también formaron parte del campeón de 2010. Qué notable: a Helenio Herrera, el director técnico que pudo contra Di Stéfano y sus socios, alguien que escalaría a bicampeón en la temporada siguiente, lo habían parido en suelo porteño durante el otoño de 1910.

El rito sagrado
De cualquier manera, tamaña impronta del Real Madrid, cuyos muchachos alzaron el trofeo catorce veces, explica que el listado argentino ostente unos cuantos campeones más con esa camiseta. El entrerriano Roque Olsen contribuyó en 1956 y 1957. El gran Fernando Redondo engalanó el césped en los éxitos de 1998 y de 2000 (además de su pasaje menos protagónico por el Milan campeón de 2003). Y Santiago Solari corroboró que Hampden Park le sienta fenómeno al Real Madrid en la definición de la Champions del 2002 cuando hasta intervino en la jugada del mítico golazo de Zinedine Zidane para doblegar al Bayer Leverkusen en el que actuaba Diego Placente. Caso curioso: aunque vio todo desde el banco de los suplentes, el arquero Albano Bizzarri también celebró en el 2000 contra un Valencia orientado por su compatriota Héctor Cúper y en el que eran claves Mauricio Pellegrino, el Kily González y Claudio López. Es esa una historia próxima a la de Juan Pablo Sorin, quien, jovencísimo, estuvo en uno de los partidos de la Juventus que se llevó la Champions de 1996. Y eso suma más que lo que jugaron José Antonio Chamot con el Milan campeón en 2003 o Maximilano López en el Barcelona de 2006. Sus circunstancias sobresalen como antagónicas a las de Hernán Crespo en 2005: brilló en un partidazo y fue autor de dos de los tres tantos con los que el Milan empató 3 a 3 en la final con el Liverpool pero la tanda de penales, a pesar de semejante mérito, lo dejó con las manos vacías.
Carlos Tevez, que palpitó ilusiones de Champions con una gama variada de clubes, vestido de la Juventus se frustró en la final de 2015 al chocar con el Barcelona de Messi. Para entonces ya era propietario de una singularidad en la nómina de argentinos que intervinieron en el mayor de los shows futboleros de Europa. Había obtenido la Copa con el Manchester United, en Moscú, y en 2008, en una definición por tiros desde el punto penal enfrente del Chelsea. Le tocó ejecutar el primero de la serie y envió la pelota a la red. No es el único argentino que pateó exacto en una instancia así. El Kily González también lo logró en la final contra el Bayern Munich de 2001, aunque su Valencia acertó menos remates y eso lo postergó a ser subcampeón.
Desde la economía, se aducirá con certeza que el peso de la Champions se mide en euros, ya que son más de 1.000 millones los que se reparten entre los participantes en la edición 2022-2023, algo así como el monto que, en marzo de este año, la Unión Europea financió para que Ucrania comprara obuses. Desde las ciencias sociales, tal vez haya que preguntarse, como el sociólogo español José Luis Castilla Vallejos, si la Champions es «un campeonato de fútbol o un rito sagrado», dado que «este campeonato futbolístico conecta de forma directa con la construcción directa de una tribu global transversal». Desde la industria de la comunicación, se añadirá que, en unos cuantos de los días del presente, los partidos de la Champions, esos en los que algunos argentinos despliegan su aventura, modelan el acontecimiento humano que más humanos miran en simultáneo.
Pero hay quien dispone de la perspectiva para narrar todo eso de modo más directo.
Con los recuerdos de esos dos goles de 2010 al Bayern Munich que jamás envejecen y con la ansiedad de ver qué sucede entre Manchester City e Inter, Milito persevera en su hipótesis y en sus felicidades.
–Diego, ¿qué es jugar una final de Champions y, encima, ganarla?
–Un sueño vuelto realidad.

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