Anoche tuve un sueño

Las emociones del Negro Fontanarrosa el 5 de septiembre de 1993 cuando Argentina perdió 5-0 con Colombia, en River, por las Eliminatorias.

Faltan cinco minutos para comenzar el partido y, parafraseando a otro líder negro trágicamante desaparecido, le confieso a los muchachos: Anoche tuve un sueño. Perdíamos dos a cero con los colombianos con goles de Valencia y Asprilla a los 10 y 11 minutos del primer tiempo . Entonces para qué vamos a ver el partido? , me reprocha El Ale . Pero –duda El Colo — el partido terminaba así o levantábamos en el segundo tiempo? . No sé –le digo– con dos a cero en el arranque, para qué iba a quedarme a verlo entero? Me fui del sueño . No obstante, coincidimos en que será sencillo verificar si el sueño ha sido una vigorosa premonición o, tan solo, otra falacia del subconsciente. Si a los diez minutos no nos han metido una pepa –tranquiliza Fernando–, quiere decir que eran todas macanas . Admito que sufrimos mucho ese primer cuarto de hora, en tanto nos preguntábamos cuál sería la evaluación de un sicoanalista ante esta clase de sueño..

¿Una concepción derrotista producto de alguna defección en la infancia? ¿O un mero desajuste de los zagueros centrales? Lo cierto es que, dos horas después, todos acordábamos en que aquel había sido un sueño casi generoso, cargado de ternura. Pero que se manifestaría luego, recurrente: la noche del domingo, volví a soñar con los colombianos. Y anoche también: No tome tanto café , me dijo el médico.

Rincón ha metido el derechazo a pique, al suelo, roza en alguien, se va a la red por tercera vez y la sensación entre nosotros casi no es de amargura. Es de estupor. Como si hubiéramos abierto la azucarera y hubiese estallado una garrafa. Nos cuesta severamente recuperar el lenguaje.

Se escapa Asprilla, la pone de gotera sobre la cabeza de Goyco y ya no nos preguntamos Dónde está la defensa? . No. Dónde está Defensa Civil . Esto es un desastre histórico. Una catástrofe nacional. Algo parecido a cuando nevó en Rosario o al terremoto de Caucete.

Yo estaba bañándome cuando Valencia metió el quinto, rememorará alguien, dentro de veinte años. Yo había ido a despedir a mi tío, que se iba a Arequito, cuando Asprilla metió el segundo , retacará otro. Creo que nos asombramos de que no se cortara la transmisión y apareciera el escudo nacional.

Asprilla corre y parece que se va a desarmar. Bracea y mete unas zancadas de jirafa negra. Cuerpea con Borelli (que es rápido), corriendo por un pasillito mínimo entre las piernas del Cacho y la línea de toque. Cuando parece que Borelli va a voltearlo o lo va a enganchar con un brazo, Asprilla acelera sobre su propia aceleración y, como el Correcaminos, le saca dos metros al marcador doblando en un vértigo por la línea del córner.

Rincón es, incluso, más grandote y parece hormigón armado. Podría ser un acompañante negro de Bruce Willis o de Mel Gibson. Mete la tranca y la pelota se oblonga. Salta a buscarla arriba, y parece hecho en otra escala. Cuando lo ve al Pibe traerla, Freddy huele la brisa y olfatea el hueco que le ha hecho Asprilla, viniéndose por el medio.

El Pibe parece decidirse por la izquierda pero, como en el empate del Mundial contra Alemania, sabe que Freddy llega tocando pito por la derecha. Rincón encara el pase y todos sabemos que ya no hay quien lo pare. Se ha puesto las botas de las siete leguas y gana ocho metros donde solo hay uno. Se da tiempo para mirarlo al Goyco, abrirse sobre su diestra y luego cruzarla bajo, sin alharaca.

El Tren Valencia se alfombró una faja de la cabeza. Un modelo mohicano, pero más ancho. Impresiona más, quizá, porque aquí ya no hay ferrocarriles. Se escapa Asprilla como 11, pero parece estar solo. Mete el freno, aguarda un segundo y pone la globa, de refilón, bien finita, por un huequito lubricado entre los zagueros.

Desde el fondo mismo de la pantalla llega Valencia, a mil y ni siquiera patea. Ofrece el empeine y la deja adentro. Noin se pregunta: ¿Cuánto faltará para que los jugadores de fútbol sean todos negros, como los basquetbolistas de la NBA? Nigeria le acaba de ganar la final de los pibes a Ghana. Uno sintoniza el fútbol holandés y, entre los rubios payos que abundan en la zona, nunca faltan cinco o seis negritos que la hacen de trapo. Cuando llegue ese día, volverá Michael Jackson a ser el de antes? Es el medio tiempo y se viene la noche. Decidimos que es imperioso un cambio posicional. Yo voy a donde estaba sentado Alejandro. Alejandro, a mi puesto. El Colo se corre junto a Chiquito y Fernando deja su ubicación a Nem . Quién toma al Pibe ? , pregunta alguien. Pero eso no es todo. La vela , reclamamos a grito. Aparece Liliana con la venerada vela que permitiese el milagroso segundo puesto en el Mundial de Italia. Se prende como si fuese la apertura de las Olimpiadas. Una hora después hay amargos reproches contra la vela. Ya no queda ni ese fuego sagrado. Alejandro reivindica: No permitió el tercero de Paraguay, defiende. Estamos de acuerdo. Tendrá otra oportunidad contra los tanques australianos.

Pienso en la alegría de mis amigos colombianos Daniel Samper (tiene la elegancia bogotana de no llamarme desde Madrid, al final del partido); la Chiva Cortés, Alberto Casas. Pero no me conforma. Ocurre que nos habían engañado. Nos habían dicho que el fútbol que gusta a la gente no gana. Pero, está demostrado, a veces, eso pasa.

Como ocurre, extrañamente con el Sao Paulo, el Milán, el Barcelona. Sin embargo, quién ha dicho que todo está perdido? Entraremos al Mundial de Estados Unidos, aunque sea por la puerta de servicio. Y cuando estemos de nuevo todos juntos, vela y sueño incluidos, esperando la salida de Argentina al verde césped del estallido de los Dodgers, ni nos acordaremos de este lacerante atardecer, oscuro como la piel de Faustino Asprilla.

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