Muchos diciembres antes de que el Bar de los Sábados se le volviera un refugio semanal para pensar los partidos y jugar los afectos, el Pibe atravesaba los veranos en un pueblo en el que el Año Nuevo era puro fútbol. Un ejemplo: en lugar de cañitas voladoras, los jóvenes tiraban pelotazos al aire. El efecto era el mismo porque un pelotazo con ganas siempre es una brevedad que brilla.

Cuando oyó esa historia en el último sábado del año, el Gordo, otro notable del Bar de los Sábados, quiso conocer más. El Pibe le contó que el abuelo de su abuelo había inaugurado uno de los rituales del pueblo. Consistía en dedicar el atardecer final del año a patear penales frente a arcos sin redes o dentro de canchas sin arcos. «Al abuelo de mi abuelo —explicó el Pibe— le gustaban los arcos y también las redes. Y hasta se comentaba que fue un aceptable goleador. Pero no hacía en broma lo del fútbol sin arcos y sin redes. El y muchos con él entendían que se trataba de un modo de proclamar que los pueblos y sus gentes eran capaces de empecinarse en existir, día a día y año a año, aunque los privaran de lo esencial».

Los mozos del Bar de los Sábados primero se sacudieron con ese relato y luego se sonrieron cuando el Pibe le reveló al Gordo que en aquel pueblo no palpitaban los avances del reloj diciendo «falta una hora para el Año Nuevo». Futboleros hasta despedir el calendario, preferían avisar que «faltan el descanso y el segundo tiempo para que brindemos».

Y eso ocurría: el Año Nuevo asomaba. Lo esperaban con una pelota en el pie, que giraba desde el más chico al más grande, y desde el más grande a un amor, y desde ese amor a un tío, y desde el tío a los demás. Todos pasaban la pelota hasta asegurarse que nadie quedara afuera porque esa pelota simbolizaba la pasión por el fútbol pero, más aún, la voluntad de construir juntos la vida.

El Pibe, entonces, no apeló a más memorias. Miró a los compañeros del Bar de los Sábados y brindó con el alma. Después atrapó una copa y la mantuvo firme mientras intentaba, igual que el abuelo de su abuelo, patear un penal hacia un arco sin redes. Lo hacía en el nombre y el honor de todas las buenas gentes del mundo.

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