A las dos menos cuarto de la tarde de ese domingo idéntico a mil domingos, El Flaco tenía los labios blancos y la dicción enredada que les aparecen a los hombres buenos cuando están por dejar a una novia suave. Sus viejos amigos repetían los rituales de treinta y seis años de ida a la cancha compartida mientras él, sólo él, los miraba y sabía que esa vez era una vez distinta. De golpe carraspeó o tronó y dejó que unas palabras atragantadas le migraran del corazón a los labios. “Necesito decirles algo”, avisó con voz urgente y, entonces, los rituales cesaron y empezó un silencio. El Flaco carraspeó o tronó de nuevo, y, al final, habló:

-Muchachos, la verdad es que nunca me gustó el fútbol.

Uno de los amigos se sentó por el efecto del impacto. Otro hundió las manos en las canas que le habían crecido en el último lustro. Otro más puso la vista en el cielo y amagó con dejar de respirar. Un cuarto amigo, sensible porque acababa de debutar como abuelo, quiso dar un paso hasta dónde estaba el Flaco pero no pudo y se puso a llorar.

“No me gusta, es así. No me entusiasma una gambeta y no sé qué gracia hay en mirar a un arquero estirado en el aire”, asumió, más suelto, el Flaco, el mismo Flaco al que esos amigos jamás habían visto faltar a las canchas.

Alguno insinuó una pregunta, pero el Flaco no le dio tiempo porque, ya sin carraspear o tronar, explicó: “Pero no me arrepiento de estos domingos y de estos años. Del fútbol me gustan el eco de las voces de los que van llegando a un estadio, y cuando un pibe mira a su papá y cuando un papá mira a su pibe, y cómo se esfuman las angustias del fin del domingo, y lo bien que queda todo eso en un cuento de Fontanarrosa. Y me gusta que es una ceremonia genuina, y que un desconocido puede merecer un abrazo y que hay días gloriosos en los que se ve gente feliz”.

El Flaco sintió que no le quedaban ni dicciones enredadas ni casi tampoco palabras. Miró el avance del reloj y pronunció lo único que tenía pendiente pronunciar:

-Vamos, que se hace tarde.

El amigo de las canas quiso hablar, pero el Flaco supo anticiparse. “Lo otro que me gusta del fútbol es estar con ustedes” fue su confesión última. Después, se fueron a la cancha. El amigo que había sido abuelo ya no lloraba cuando partieron todos juntos, igual que en la vida entera.

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