Just Fontaine pertenece a la iconografía del fútbol francés y consta en el Libro Guinness de los Mundiales: ¡en Suecia 1958 hizo 13 goles! Irrepetible.

Los datos son relevantes per se, desde luego, pero para el caso más relevantes porque, como observábamos hoy con el amigazo Sonny Montero, aunque pretendamos dar al fútbol una mera dimensión insular (un universo sustantivo, intocado, intocable), en rigor es imposible que no se cuelen las lagartijas de la Historia, de la Política, de las inscripciones sociales y sus múltiples atravesamientos.

Pensábamos en Marruecos. En las connotaciones que se desprenden de haber eliminado a España y de llegar a una semifinal en condición de convidado de piedra… ¡contra Francia!

Claro, Mbappé y Giroud no deben tener la más pálida idea del Tratado de Fez, ni del reparto del territorio marroquí que españoles y franceses acordaron en 1904, ni de la Conferencia de Algeciras, ni de nada de eso, pero juraría que en Bono, Hakimi, Amrabat y los otros deben de estar pulsando otras enredaderas simbólicas.

Fontaine. Vuelvo a Fontaine. Resulta que el hoy anciano Just, que el 18 de agosto cumplió 89 pirulos, máximo goleador francés en un Mundial, no nació en Montmartre, ni en Montparnasse, ni a la vuelta de Jardin des Plantes. Tampoco en Lyon, Lille o Bordeaux.

Fontaine nació en Marrakech, estudió en Casablanca, se formó como goleador en la Unión Sportive Marocaine y recién a los 20 años fue fichado por un club francés: el Niza.

No sé quién dijo que la patria es la infancia.

¿Qué pasará por la cabeza y por el corazón del viejo Just Fontaine cuando el miércoles empiece a rodar la pelota en Doha?

Hasta domani.

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