MISCELÁNEAS MUNDIALISTAS EN ALBICELESTE XLIII

-En el debut versus Arabia, la Selección atravesó la noche de su Infierno y desde entonces se la pasa construyendo Paraísos.

-Albiceleste y celestial, plebeya, imperial, abismal y voraz.

-La que no la mata, la fortalece. Día a día. Partido a partido.

-La Selección, está Selección que nos tiene a 220, con el alma electrificada de perpleja alegría, se parece a todas las mejores que hemos tenido y sin embargo solo se parece a sí misma. Ejerce, quiere ejercer, el supremo derecho de su sello singular.

-Empezando por el propio DT, Scaloni, una rara avis que sabe renunciar a las sentencias solemnes, a la venta de humo, a la pose de quien se sugiere dueño de las mejores respuestas a las peores preguntas.

-Esta Selección escala su Everest con los rostros curtidos y la certeza de que en el riesgo mismo anida la recompensa.

-Esta Selección se mueve cómoda en su piel porque la cumbre esta cerca… demasiado cerca como para permitirse hacerse el distraído.

-Humildes, sí. Pasársela pidiendo permiso para imaginar lo mejor, jamás.

-La Selección, esta Selección que nos ha tocado la tecla de las inocencias primeras, de los primeros cosquilleos, que nos reconcilia con las eróticas adolescentes, nos sienta a la mesa de la táctica y la estrategia, de la técnica, de la épica, de la estética… Es una Selección cero robótica pero muy estrambótica.

-¡Están locos estos de pantalones cortos! Ayer llenaron las casas argentinas de la Cajita Feliz.

-Estos locos de albiceleste nos arrancan, aunque sea por un rato, por unas horas, por unos días, de las crueles garras del dolor y del desamor, del miedo a la muerte, a la locura, al olvido, al sinsentido, al vacío.

-¿Messi? Me pregunta el maestro Ariel Scher qué le veo de diferente en lo estrictamente futbolístico. Y le digo, apenas a tono con una hipótesis, que lo noto liberado de la obligación de hacer La Jugada cada vez que toma contacto con la pelota. Y que en ese fluir, en ese ir fluyendo, La Jugada, La Gran Jugada, decanta finamente saborizada.

-No es que Leo conozca los trucos del mago. ¡Él mismo es la magia estrictamente dicha!

-Un alquimista sin par, Lionel. Nunca lo había visto tan feliz, ¿saben? Como si este hombre barbado se la pasara jugando para los tres pibitos que lo miran desde el palco.

-(¿Será el domingo El Día del Padre, Del Niño, Del Himno a la alegría? ¡Ay! ¡De solo fantasearlo se humedece la vecinidad de mis párpados!).

-Y que de alguna manera nosotros también hayamos aceptado jugar con él. ¡Ay de la dicha de andar carasucias, a los saltos, como sapitos desentendidos, por la rayuela del alma!

-Estamos con ellos y somos felices por ellos y con ellos.

-Con estos grandulones estrambóticos, esdrújulos, antropológicos: hombres que corren. Hombres que juegan. Hombres que sueñan.

-Ya que nos somos sabios, confiemos en la sabiduría de la vida. Y en esta maravillosa gratuidad de un futuro inmediato que se nos ofrece como un helado de chocolate.

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