“Pa, viste que perdimos. Dos a uno. Con Arabia. Pero tendríamos que haber ganado seis a dos”, fue lo primero que me dijo Valen esta tarde apenas nos reencontramos.

No había tristeza ni prepcupacion en su voz. A sus tempranos siete años hoy vivió su primer partido con conciencia mundialista. Y lo hizo a la mitad de edad que lo hice yo, allá por Italia 90.

A ambos nos tocó debutar con una derrota. Cuenta su abuelo, mi viejo, que se abrazaron en el gol validado y en los anulados. Que alentaba a los jugadores, que sufría cuando uno de los nuestros recibía una patada o erraba un gol. Que le pedía a los rivales que no hagan más goles. Que se alegraba cada vez que su ídolo, Di Maria, agarraba la pelota e intentaba romper la barrera defensiva de los árabes. Que al terminar el partido la mirada se le llenó de tristeza porque pensó que el mundial había terminado, hasta que el abuelo le explicó que quedaban más partidos por jugar.

Ahí saltó de alegría, lleno de esperanza y con los puños al cielo gritó “¡vamos, Argentina!”. Enseguida se quedó totalmente dormido en el sillón, un poco porque se había levantado temprano, otro poco porque un mundial siempre te pasa por arriba. Él ya lo sabe, lo aprendió hoy, en poco más de noventa minutos intensos.

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