¿A qué Diego evocamos cuando evocamos a Diego?

¿Te acordás de Chaplin? Carlitos deportista, Carlitos bombero, Carlitos boxeador…
Tenemos a Diego futbolista, Diego declarante, Diego combativo, Diego actor, Diego entrenador, Diego conductor, Diego cantor, Diego amigo, Diego padre… Son miles.
Hoy estuve todo el día recordando a Diego desobediente. Ese Diego que nunca hace lo que se espera de él y que, además, cuando llegan las consecuencias las espera a pie firme y con el cuero desnudo. Cómo si supiera que en esa valentía, en ese coraje, radica el legado del desobediente mucho más que en la desobediencia en sí.
Ese Diego es muy Diego pero es muy nuestro. Es Diego-Hebe que marcha y denuncia, denuncia y marcha aún a riesgo de cometer alguna injusticia. ¿Y? ¿A quién le importa un exabrupto cuando esa marcha denuncia mantuvo el fuego encendido? A las conciencias blancas y bobas, quizás. A esas conciencias que siempre estarán enfrente.
Ese Diego es Diego-Belgrano que levantó la bandera en el momento y el lugar que los cuello duros de Buenos Aires le prohibieron. Esa bandera que marchó al norte y que defendió un enorme pedazo de Patria.
Ese Diego es Diego-Evita, que para los eternos dueños de la manija de esta tierra nunca debió promover un enorme tejido social que puso juguetes en manos de los pibes, herramientas en manos de los laburantes y casas en manos de las familias que no las tenían, aunque en realidad lo que les dio es la profunda conciencia de la propia dignidad.
Ese Diego es Diego-Charly que un día hizo todo lo nunca hay que ni pensar en hacer y que después de aquel vuelo inmortal aclaró que “me tiré por vos”.
Ese Diego es Diego-Néstor que cuando un fulano con ínfulas le aclaró que gobernaría por un año construyó a puro coraje el reverdecer argentino que en algún momento creímos imposible.
Ese Diego desobediente es el más argentino, más hermoso y más entrañable de los Diegos. Porque es el que cayó y se levantó. Pero cuando se levantó no puso cara de autoayuda ni se volvió puritano. Cada vez que se levantó fue y se cayó otra vez. O se tiró. Porque si por algo lo han castigado es por no responder a las expectativas, por negarse a pontificar, por escupir la cara de los trajeados y abrazar a los pibes en Fiorito. Aún cuando se puso las mejores ropas, tuvo los mejores autos y viajó por los mejores rincones se comportó como uno de los nuestros. Como uno de los mejores de los nuestros. Y como uno de los peores.
Con el agregado de que Diego lo hizo a pura intuición. Una inteligencia silvestre pero imponente. Una sabiduría extraña, diagonal, por fuera de cualquier manual, pero asombrosa.
Nuestra Hebe, nuestro Belgrano, nuestra Evita, nuestro Charly, nuestro Néstor y tantos de los nuestros son, también, nuestro Diego. Ese aleph de la argentinidad. Ese que nos abarca, nos expone, nos duele y nos enorgullece. Ese que nos hace únicos a la vez que iguales al resto. Diego humano hasta el absurdo.
Diego desobediente hoy elijo evocarte.

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