La previa, cinco días antes de la función final

⚽ Llegar a la final es lo más importante. Después viene el resultado del domingo 18, que a esta altura ya es una moneda que está en el aire. Pero no depende sólo del azar, hay una forma de tirarla para que caiga del lado correcto. Se verá.

Ya hay dos archivos preparados para el día de la final, con los títulos más obvios del mundo mundial. Pero para eso falta y por ahora solo quiero disfrutar la previa, antes de entrar a la última parte de este baile, que lleva seis temas que fueron sonando de menor a mayor.

Lo primero, es que en un festejo uno quiere subir a todos a celebrar. Los que están lejos y los que ya no están. Porque el festejo es, uno cree, algo colectivo. En cambio la tristeza es para quedarse solo, taparse hasta que se haga de día y no quede otra que seguir.

Después vienen los datos de la memoria. De las seis finales a las que llegó Argentina (Uruguay 1930, Argentina 1978, México 1986, Italia 1990, Brasil 2014 y ahora Qatar 2022) , uno solo se perdió por razones biológicas, la primera.

Cuando se trata de Mundiales, el recuerdo de la pelota viene de la mano del espejo de la propia vida.

Casi que podríamos decir dónde estábamos cada torneo de los que vivimos, lo que lloramos y lo que reímos.

La vida es eso, dice Ariel Scher, que transcurre entre los Mundiales.

Las finales alcanzadas no serán negociadas

Un repaso por los momentos finales de los torneos en los cuáles Argentina llegó a lo más alto, o casi. Dejando de lado, claro, esos otros Mundiales, los que nos volvimos antes, como si fuera una fiesta a la que nunca debimos haber asistido.

Argentina 1978 (3 a 1 Holanda): 4 años y apenas un puñado de imágenes. La salida del subte en el Obelisco, en el festejo de la fría noche del 25 de junio de ese año, donde la oscuridad era aún el clima de Argentina. El festejo de las multitudes que abrían sus gargantas y se abrazaban, un hecho colectivo, que además abría una primera grieta en la pared del horror.

México 1986 (3 a 2 a Alemania): 12 años y el final más soñado de la primaria. Campeón del Mundo, ganador de todo con River Plate y la vida luminosa como el medíodía del Azteca ese 29 de junio. La plaza de Ituzaingó fue el escenario de los abrazos y los cantos de la alegría, con goles de Diego que aún era Maradona, pero que comenzaba a alimentar una leyenda que no para de crecer, 36 años después.

Italia 1990 (0 a 1 con Alemania): el frío del 8 de julio de ese año, acaso implicó un golpe de adolescencia, con la peor de las combinaciones. La derrota, que siempre duele. Los palos mágicos ante Brasil, los penales atajados por Goycochea; la silbatina de los tanos al himno; el tobillo hinchado de Diego y sus puteadas; la injusticia de Codesal en la final y la ausencia de Caniggia en ese partido. Las secuencias aleatorias del loop de la desazón, al ritmo de “Un estate italiana”. Nada más bellamente triste que Italia’90.

Brasil 2014 (0 a 1 ante Alemania): Otro mundo, otra vida. Era, 24 años después, la posibilidad de la revancha, pero sin que lo sea. Porque cuando pasa tanto tiempo, uno se pregunta cuál es el parámetro de comparación. Si en los 12 años que van del ’78 al ’90 habíamos tenido tres finales, debieron pasar 24 para tener la siguiente.

No había pasado agua bajo el puente, era prácticamente otro mar. La sensación, vista 8 años después de ese domingo 13 de julio, es que uno afrontaba la primera final como adulto y eso cambia todo, aunque no debiera. La mezcla de esa bronca por lo que no fue, en ese penal no cobrado a Higuaín; la idea de quedarnos a las puertas de la gloria, en una vuelta en donde, claramente, la sortija era para el de al lado. Aunque tuviéramos a Messi en la cancha y a Diego en la tribuna.

Ahora llega la nueva final, en un diciembre atípico. Como decía líneas arriba, ya hay dos párrafos escritos, uno de los cuáles será convenientemente agregado al domingo 18 a la tarde, apenas termine el partido. Uno será publicado y el otro quedará en el recuerdo de lo contrafáctico, acaso la imposible adivinanza de las emociones truncas.

Lo que sea, será. Y seguro se llorará, en algún sentido. Porque el llanto tiene esa cosa reversible y como que va con todo. Llorar, que sana, libera y desahoga.
Mientras tanto, a disfrutar esta previa. Apenas un lugar antes del escalón más alto, donde todo se ve distinto.

Donde entran dos, pero uno solo festeja.

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