Ese “utz” en el estomago, esperando el final feliz
Dormir poco, cortado, es peor que no dormir. No es ansiedad. Es el miedo que susurra en la oscuridad. Le temo al peor resultado, tanto como le temo a la desazón, a la frustración y al desamor.
El día se mete por la ventana. Es martes 13. Abro los ojos y pienso en once tipos tirados allá en un estado soberano árabe. Son once pero también veintiséis. Y también son más de cuarenta millones. Busco y abrazo la camiseta que lleva el 10 en la espalda, y sobre el número flota el nombre del tipo al que le rezo desde hace años. Cinco letras en color negro sobre bastones celestes y blancos.
Ahí está el tipo cantando el himno. ¿Ya vieron que lo canta, no? Está él y diez seres humanos más que se abrazan. Todos con la frente en alto. No miran a la tribuna, miran al destino. Y saben lo que ven pero no lo dicen. Porque si alguno abriría la boca, tendríamos que anular mufa. Pero ahí están, se mueve la pelota.
La semi se pone en juego. Los nuestros pelean cada pelota como si (literalmente) fuera la última. El 10 nuestro se carga el miedo y la frustración al hombro. Toca un botón interno y se pone en modo intratable, en modo bestia, aunque le duela la parte posterior de esa zurda que es belleza. Se pone el equipo en el corazón y hace lo mejor que sabe hacer, jugar y que los demás jueguen. El juego es el otro, también. Y los demás meten el cuerpo donde hay que meterlo, muerden con los pies y rompen con las piernas. Se asocian, se miran, se respaldan, se encuentran y se cuidan. Once, veintiséis, cuarenta millones vibran, sufren y celebramos una vez más, una nueva asistencia en la final más importante que pueda participar el ser humano que patea una pelota.
Promesas con mi viejo de verla juntos, abrazo con mi hijo y con mi esposa, le hago upa a mi ahijado más chico y el más grande me manda whatsapp afirmando que no puede creer lo que es nuestro capitán, lo que jugó hoy su mejor partido del mundial. Elegí creer desde el primer momento, elijo creer hoy y elegiré creer el domingo desde las primeras luces del alba. Parafraseando a un Muñeco, hay con que soñar. Solo resta poder pegar un ojo el sábado a la noche.