Temperley, el fútbol y la democracia

El tipo mastica diez angustias en los premolares, se palpa abismos en los bolsillos, insulta por los aumentos nuevos y viejos del transporte cada vez menos público y, sin embargo, sin embargo, sin embargo, permite que los labios desafíen al frío y desparramen una sonrisa más que mediana. Tiene un gorrito celeste con una palabra que consigue ser, en simultáneo, chiquita y grande: Temperley.

Temperley, fundado en 1912, con un estadio centenario, con una existencia vigente porque cuando fue un club quebrado hubo socios que pusieron sus casas como garantía para proseguir viviendo, acaba de dejar afuera a River en la Copa Argentina, más o menos a la manera en la que hace nada Talleres superó a Racing en esa competición, con el sello que renueva el asombro de que, en un universo en el que los poderosos pulsan el dedo hasta pulverizar a los pequeños y en un show deportivo que se torna parecido a ese mundo, el fútbol cobija la mueca excepcional pero no descartable de que el pobre venza al rico

En 1973, All Boys desembarcó en el estadio Monumental, le ganó a River 3 a 1 y El Gráfico tituló “La clase obrera va al paraíso”, nombre de una película italiana y, sobre todo, síntesis de una esperanza de época. Mucho antes, eñ ensayista Augusto Delfino había evaluado al fútbol como “una escuela práctica de democracia” porque educa en el esfuerzo colectivo y en la convicción de confrontar con lo dominante. Hay pruebas de que el fútbol, lleno de lógicas autónomas, no fotocopia a la realidad entera. También hay certificaciones de que ayuda a pensarla.

En un libro reciente, Álvaro García Linera desentraña los límites de las democracias liberales y, contraparte notable, reivindica la construcción de ejercicios de democracia profunda cuando se “reorganiza el sentido del mundo, que alumbra nuevos posibles de la vida en común”. El gorrito de Temperley porta algo de eso: un grito rebelde, la certeza de que no todo lo dado está dado para siempre. Quizás -mucho y poco- su valor se restringe a reponer la potencialidad democrática del fútbol. Quién sabe: acaso también recuerde que la historia jamás concluye y que, apretando premolares, aún late algún futuro en el que la clase obrera va al paraíso. 

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