Es amor lo que sangra…
Imagínate que te gusta mucho un deporte. Que descubrís esa pasión cuando tu abuelo te lleva por primera vez a una cancha. Y ves el campo de juego en toda su extensión, el verde que se recorta sobre el cemento de las tribunas, los papelitos peleándole al viento, los cantitos, los bombos, los viejos que putean.
Imagínate que tu viejo es de Racing y no te presiona para que seas como él. Y vos vas y te haces de River porque dos amigos tuyos de la primaria son del millonario. Y tu viejo lo acepta pero recibe el golpe de la traición en silencio, sin que vos nunca te enteres.
Imagínate que pasan los años y tu primer ídolo es Alonso. Pedís la camiseta para un cumpleaños o día del niño y tu viejo te compra una camiseta de algodón, blanca y con la banda roja que te cruza la panza. Y no importa que no sea original, no importa que al primer lavado se destiña un poco. Lo único que importa es que ya adquiriste algo de tu identidad para siempre.
Imagínate que con los años ves por la tele jugar al Enzo Francescoli. Que entendés que el fútbol, además de goles, también hay calidad y camaradería. Que a ese ídolo al que admirás con fervorosa pasión, es respetado hasta por el más acérrimo de sus rivales. Y que sus goles te alegran el alma los domingos y convierten un día de semana en una fiesta inexplicable.
Imagínate que un día, un jujeño petiso y atrevido, de esos que se forjan en los potreros del interior y que jamás renuncian a ese espíritu, iba a volverte loco a pura gambeta. Pícaro entre los rápidos, ídolo, burrito entre los cracks.
Imagínate que un día llegaría la noche. El club al que amás ves como se desmorona, como pasa al lado oscuro, como cae en el infierno que siempre fue de otros. Ser hincha de un club que desciende es lo más parecido a tener a un amigo en terapia intensiva. Te duele, tenés miedo, no sabés si algún día vas a volver a verlo como antes. Hasta que una tarde, un pelado melenudo, de esos que se besan la camiseta y miran al rival a los ojos, pone las cosas en su lugar y tu club vuelve al lugar que nunca debió abandonar. Y que lo hizo con tres tipos que volvieron al club en ese momento de desazón, que decidieron pegar la vuelta porque sentían que tenían que sacar a River del pozo al que habían dejado caer la corrupción y las desidias dirigenciales. Cavenaghi, Chori Dominguez y Trezeguet (campeón del mundo para Francia en el 98) lograron dos cosas. Que River vuelva y que ellos se ganen el amor incondicional de su gente.
Imaginate, que aún cuando los restos de aquel duelo aún flotan en el aire, cuando te preguntás que va a pasar ahora, que es lo que te espera después de tantas alegrías y tantas amarguras, y de repente aparece un viejo conocido del club y se sienta en el banco de suplentes, un tipo que fue crack pero que no alcanzó la talla de ídolo como jugador y del que no esperás absolutamente nada.
Imaginate que este tipo, en su primer semestre gana el primer título internacional para tu club después de muchos años de sequía continental. Y se vendrían muchos más.
Imaginate que no son los títulos, las copas, los partidos importantes ganados lo que te llenan de felicidad. Es que después de tanta incertidumbre, de tantas dudas por fin hay un tipo medido en sus palabras, metódico y obsesivo en el trabajo, que te da la seguridad de un padre ante cada momento importante. Gallardo ha logrado todos estos ocho años y medio, que te puedas enfrentar al desafío más adverso con una cuota importante de confianza. Gallardo, ha sabido contenerte en tus ansiedades y tus miedos más horribles. Supo formar equipos, que más allá de los nombres propios, puso el funcionamiento colectivo por encima en cada competencia. Había en qué creer, eso estaba claro.
Imaginate que ganó y que perdió, pero nunca dejó de competir. Que cada obstáculo, cada paso fue un aprendizaje que sólo servía para seguir creyendo en el proyecto futbolistico más importante en nuestro país y en mucho tiempo.
Imaginate, que en un mediodía de octubre, el tipo anuncia que da por concluido su ciclo en el club, que se termina por un tiempo la primavera gallardista, que agradece el amor y el cariño que se le ha manifestado, aún en los momentos más difíciles.
Imaginate que el tipo, al que le dicen Muñeco, pero que nadie ha sabido manejarlo, el tipo que se convirtió en el máximo ídolo en el club junto a Labruna, el tipo que supo ser líder y gran conductor, dice las siguientes simples y cálidas palabras para decir adiós: ““Ha sido una historia hermosísima. Muchas gracias”.
Imagínatelo.