Carta de un león a otro

Me lloré todo con la Copa América del año pasado. Hacía una semana que había muerto mi viejo, que si algo me legó fue el fútbol, cuando la final con Brasil. Las emociones me desbordaron.

En cambio ayer, si bien me emocioné como le habrá pasado a cualquier argentino bien nacido, si bien solté unas cuantas lágrimas, si bien grité, salté y bailé, lo que me produjo fue una emoción bien específica. Esa que a veces creemos que tiene que ver con la risa y el humor pero no, no es cierto. O no del todo. Tiene que ver con esa sensación única de liviandad, de bienestar, mucho más cerca de la sonrisa que de la carcajada: Alegría. Lo de ayer fue pura alegría.

Alegría por la reivindicación, una vez más, del viejo y esencial fútbol argentino. Alegría por un grupo de pibes que muestran un clima en que cualquiera que sea buena gente quisiera vivir siempre. Alegría por identificarme con esos pibes.

Pero vuelvo a mi viejo. El último héroe futbolero de mi viejo fue Leo Messi. El tipo, que debutó en la cancha de la mano de un tío (según contó siempre) allá por 1938, con apenas ocho años, para deslumbrarse con las gambetas de De la Mata y los goles de Arsenio Erico. Que gozó como hincha y como futbolero de la delantera del Rojo que fue íntegra a la selección y que jugó el día en que derrotamos a los ingleses en cancha de River con el famoso “gol imposible” de Grillo: Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz. El tipo que disfrutó lo indecible al Loco Bernao y a los campeones de América del 64 y 65. Que sufrió la fractura de Hacha Brava Navarro como si la pierna rota hubiera sido la propia. Que me empezó a llevar a la cancha a principios de los 70, cuando un coloradito mínimo y tímido despuntaba. Que luego, pasado poco tiempo, nuestro santo y seña fue siempre “¿vamos a ver al Bocha?”, aquel coloradito que nos deslumbró a mi viejo, a mi y a todos los hinchas rojos. Qué pudo ver y amar a Diego.

Ese tipo, en los últimos años de su vida, idolatró a Leo Messi. Pero cuando digo que lo idolatró estoy siendo preciso, para nada exagerado. Lo defendió cuando tantos argentinos cortos de vista futbolera lo atacaron. Trató de no perderse ningún partido del mejor Barcelona de la historia. Me llamaba para comentar los partidos y las hazañas del petizo. Petizo como él, gambeteador como él, creo que el Viejo veía en Leo alguien que le hubiera gustado ser.

Esto ya lo conté, pero lo repito: el último partido que vimos juntos con mi viejo, apenas días antes de que entrara en un estado de inconsciencia y semanas antes de su muerte, fue uno de la Selección por las eliminatorias para este mundial que acaba de terminar. Ya no recordaba casi nada y a casi nadie. Me preguntaba, afirmaba o discutía cosas fuera de tiempo y lugar. Pero ese día, cuando la agarraba Messi, aún en la toma más lejana, decía “Messi!!” y se deshacía en elogios. Ese “Messi!!” era una de los últimos gestos que lo aferraban a la vida.

Por eso también me alegré ayer. De un modo más pacífico, esa paz que otorga el tiempo. Me alegré por mi viejo. Porque Leo besando la copa es una foto que el viejo hubiera querido, y merecido, ver. Ojalá sea cierto eso que dicen y que haya podido hacerlo.

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